La pasión de un monje
Las 36 cámaras Shaolin, producida por la fábrica de sueños del cine de artes marciales, la Shaw Brothers, es una de las películas mas simbólicas, entretenidas y representativas del cine de Kung Fu y uno de los mejores productos de la prestigiosa productora hongkonesa. Dirigido por el coreógrafo Chia-Liang e interpretado por su hermano, la estrella Gordon Liu. El argumento es bien sencillo y la película está dividida en tres partes claramente diferenciadas.
En la primera vemos como una organización anti-Ching es la encargada en Cantón de dirigir las operaciones secretas contra los invasores mongoles, pero éstos últimos son muy fuertes y están muy bien organizados por lo que descubren a la sociedad secreta que trata de derrotarlos y por consiguiente se realizan una serie de ejecuciones para dar ejemplo en la que matan al padre del que será el protagonista de la cinta. Este huye malherido con la intención de entrar en el templo Shaolin del que ha oído que se enseñan artes marciales por lo que piensa que podría volver convertido en un experto y así ejecutar su venganza personal contra los crueles invasores. Con su complicada entrada en el templo y la aceptación del abad para que se convierta en monje comienza la segunda parte de la película, sin duda alguna la mas entretenida y la que mas merece atención, posiblemente contenga algunas de las mejores escenas de las historia del cine de artes marciales. En ella nuestro protagonista se somete a un duro entrenamiento en el que tiene que pasar por varias pruebas a lo largo de 35 cámaras diferentes, aprendiendo a utilizar, manos piernas, armas...trabajando y endureciendo el cuerpo y la mente, alternándolas con las enseñanzas del budismo. Contra todo pronóstico nuestro protagonista con una enorme fuerza de voluntad, tiene una habilidad espectacular para aprender Kung Fu, por lo que su aprendizaje se realiza de manera vertiginosa, llegando a derrotar al Administrador de Justicia del Templo después de varios duelos. Tras superar todas las pruebas, la intención de San Te es volver a su pueblo y crear la cámara 36 para enseñar Kung Fu a sus habitantes para que se puedan defender y echar a los tiranos, con el consentimiento no declarado del abad. En la tercera y última parte, San Te tiene la ocasión de poner en práctica lo aprendido en las 35 cámaras en una serie de espectaculares luchas, venciendo incluso a los lugartenientes mongoles, adquiriendo así el film, la distinción de sencillo western oriental.
El encanto de la película reside en ver el estimulante sistema de entrenamiento de San Te en secuencias como en la que transporta cubos de agua con los brazos extendidos, golpea sacos de arena con la cabeza o aprende a utilizar la espada, la lanza o las piernas en duras pruebas en las que nuestro protagonista nos mostrara sus habilidades acompañado de una genial banda sonora. Puños y patadas, voces de golpe y movimientos que cortan el aire, están en perfecta armonía, juntos suman unas secuencias coreográficas perfectas, con un ritmo y un compás casi musical ayudado por rápidos acercamientos de zoom y una cámara frenética, que juntos llegan a alcanzar el grado de arte visual, a pesar de su sencillo guión.
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