Sin el beneficio de un gran presupuesto y sin apenas efectos especiales, el maestro soviético Andrei Tarkovsky construyó una de las mejores obras de ciencia ficción de todos los tiempos y consiguió convencer al espectador de ello, gracias a una música hipnótica y a un enigmático argumento bajo unos decorados correctos y sencillos, con referencias a la naturaleza y alternando secuencias bajo filtros de diferentes colores con el un uso de una cámara inquieta que sigue a su protagonista en el intento de destapar una misteriosa trama.
La investigación se basa en la desaparición de la mayoría de los tripulantes de una estación espacial a causa de un turbulento océano que explora la mente del ser humano y materializa sus deseos de forma retorcida, pero el director va mas allá y lo enfrenta ante una situación inimaginable pero que da mucho que pensar ¿daríamos rienda suelta a nuestros deseos ante tal posibilidad de volver a disfrutar de lo perdido a sabiendas de que no es real?
Al principio, el protagonista de mirada triste y cansada, (con una mecha canosa que revela una traumática experiencia) recorre los pasillos de la estación espacial para descubrir el misterio que se le ha encargado investigar y al que ha accedido de manera escéptica. Entre las secuencias que van tejiendo la historia, asistimos a tomas largas y pausadas que ralentizan la película pero que dan ocasión al espectador de reflexionar sobre lo ocurrido, finalizando éstas, en planos lejanos dramatizados del perverso océano mostrando así su omnipresencia en la estación. La intensidad de la relación y de los diálogos contrarrestan el ritmo pausado del filme, haciéndolo accesible sólo para un público paciente que quiere disfrutar de los enigmas existenciales que plantea la obra.
Una visitante (compuesta por neutrinos en vez de átomos) que toma la forma de su ex-esposa establece una nueva relación amorosa con el investigador, a la vez que se su relación de intensifica y logran conectar sentimentalmente, se va haciendo cada vez mas tormentosa y la visitante se vuelve mas humana y por lo tanto toma conciencia de si misma y de su existencia.
Kris resulta ser el único que logra tener una relación afectiva duradera con un visitante, pero a la vez que va indagando y comprendiendo la solarística, irónicamente la relación se deteriora. La visitante es capaz de llorar, de sufrir y de amar y todo ello queda reflejado en su intento se suicidio al comprender que su relación con Kris es tormentosa e imposible a causa de la toma consciencia de la visitante. En contraste es víctima al mismo tiempo de la indiferencia de los otros tripulantes de la estación ante su sufrimiento, así el problema científico termina convirtiéndose en una trágica cuestión de amor. Al final acaba la relación de una manera muy parecida a la verdadera: ella desaparece y el vuelve a pasar por una dramática experiencia.
Bajo un prisma político, la película es fácilmente identificada con la libertad individual del ser humano, de dar rienda suelta a los deseos, cosa que no debió gustar mucho a las autoridades soviéticas de la época y quizás sea la razón de la lentitud de la obra, así el director hizo manifiesto de sus deseos de filmar como deseara en un momento en que estaba perseguido por sus ideas, por lo tanto consiguió dormir a la censura y dar el mensaje que deseaba, estableciéndose así una relación mas íntima entre director y obra, convirtiéndose en un manifiesto único sobre la libertad.
Un final cíclico, original y abierto remata una obra que hoy en día está considerada como la respuesta soviética a 2001: una odisea en el espacio del maestro Stanley Kubrick, y aunque sea difícil la comparación entre estas dos obras maestras, sin duda el psicodrama del maestro soviético llega a ser mas profunda y a pesar de lo sombrío del argumento, es de mayor belleza.
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